Por decreto.

Debería ser obligatorio, bajo preescripción médica, que todos nos diéramos un paseo bajo la lluvia al menos una vez al mes. Algún gobierno debería imponerlo aunque fuera por decreto ley, fabricando si fuera necesario nubes de cartón piedra que arrojasen lluvia artificial de agua embotellada.

Yo lo hice ayer noche, mientras el decreto llega o no llega. No se si sirve de algo, caminar de noche por las calles desiertas mientras arrecia la lluvia. Hay una curiosa sensación de placer en el hecho de caminar por un montón de charcos de agua sin preocuparnos de lo húmedos y fríos que tengamos los calcetines.

No se si sirvió de algo. Al menos, supongo, sirvió para mojar la pólvora de mis pensamientos. Resultó relajante. Quedarme completamente quieto bajo la lluvia durante ocho o diez canciones (sí, cuando camino, el tiempo lo marcan las canciones de mi ipod). Notar cómo los pantalones empezaban a quedarse pegados, y el agua a traspasarlos. Comprobar que mi chubasquero no es digno de tal nombre, y empiezo a tener mojada hasta la camiseta interior. Y .... acompañar a los cisnes.

Una pareja de cisnes, cisne y cisnesa, durmiendo en una esquina apartada del lago, a escasos metros de mí. Están enamorados, no se porqué ... pero se nota. De vez en cuando, el cisne macho se despereza y nada unos momentos al rededor de su chica. Como observándola, como cerciorándose de que esté a salvo, y cuando lo está, vuelve a su lado. Siempre vuelve a su lado.

Y el agua que les cala. Y el agua que nos cala.

¿Para cuando el decreto?